Comentario
"Me pesa no haber liquidado a Yasser Arafat durante la guerra de 1982 en Líbano", declaraba el primer ministro israelí, Ariel Sharon, al diario israelí Maariv, que publicó una entrevista el viernes 1 de febrero de 2002. A la consiguiente tormenta mediática se sucedieron las condenas internacionales: "Me siento angustiado", declaró Romano Prodi, presidente de la Comisión Europea; "Tales declaraciones merecen nuestro rechazo y condena", dijo Josep Piqué, ministro español de Exteriores y, por turno, de la Unión Europea; "Espero que las declaraciones no sean ciertas y, si lo son, que no se repitan nunca más", manifestó Javier Solana, representante de la UE. En Washington, donde por cierto se hallaba el primer ministro israelí cuando aparecieron sus declaraciones (cuarta visita en un sólo año; Arafat, ninguna), sólo hubo una discreta declaración del portavoz del Departamento de Estado, lamentando cuanto "no ayude a pacificar la situación".
Así celebraba Ariel Sharon su primer aniversario como jefe del Gobierno, al que llegó prometiendo paz y seguridad. Lo curioso es que, tras haber vivido uno de los años más violentos de su historia, Sharon conserva buena parte de la popularidad que tenía cuando ganó las elecciones. Eso sintoniza con los planes que acaricia hoy la derecha israelí: ocupación militar de las zonas bajo la Autoridad Nacional Palestina; expulsión de su cúpula dirigente; aniquilamiento de cuantos palestinos estén vinculados a organizaciones extremistas; provocación de un nuevo éxodo civil hacia Jordania, "el Estado de los palestinos", según cree Sharon-; anexión definitiva de los territorios ocupados; anulación de los derechos civiles de los palestino-israelíes, de modo que ni puedan votar ni acceder a la Knesset (Parlamento)... Es decir, los viejos planes soñados por el Likud desde 1967 y que Ariel Sharon, ya trató de imponer en 1982 con la invasión de Líbano.